Han pasado tres días desde que Augusto empezó a ir a la escuela. Estamos en el periodo de adaptación de 1 hora. Muchos papas hemos decidido quedarnos en el jardín del colegio esperando impacientes que el reloj al fin nos indique que los largos 60 minutos finalmente transcurrieron.
En éstos tres días los impacientes padres que hasta ese momento habíamos sido totales extraños y de quien ni siquiera sabemos el nombre hemos tenido charlas en las que hemos desnudado el alma como quien lo hace frente a su mejor amiga(o). Analizando, discutiendo, o simplemente sacando del corazón el inexorable remordimiento de no saber si estamos haciendo lo correcto o no al dejar a nuestros pequeños vástagos en un lugar lleno de extraños. Hablando de nuestros peores miedos y convencidos de que lo mejor hubiese sido dejarlos en la casa.
Estos tiempos modernos de familias poco numerosas que a lo sumo tienen dos hijos, padres que trabajan jornadas completas es lo que lleva que los chamos tengan que ir a la escuela prematuramente a aprender a compartir con otros niños de su edad, a socializar, en fin. Personas un poco mayores que yo, añoran los tiempos en que los numerosos primitos , todos ellos además contemporáneos se criaban juntos, tiempos en que los chamos hablaban precozmente porque tenían que pedir agua o tetero porque no había atención exclusiva; sino hablaban, corrían el riesgo de pasar más hambre que ratón de iglesia.
A fin de cuentas, los 60 minutos pasan y así concluye un día más. Agarramos a nuestros muchachos y salimos de la escuela convencidos de que el día de mañana será mejor. Ahora es fin de semana y ya fuimos advertidos de que el lunes muy probablemente sea de nuevo dura la adaptación ya que la rutina fue interrumpida…
Aún desconozco el nombre de los papas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario